miércoles, 8 de septiembre de 2010

Desarrollos en iPhone y en Android


Una frase me llamó la atención alguna vez: "The nice thing about standards is that there are many of them to choose from". La referencia pertenece a Andrew Tanenbaum, que apreciaba en forma irónica -un standard no debiera ser una opción sino una seguridad- lo que es una pesadilla para quienes tienen que hacer desarrollos en plataformas móviles.

Se parece a la guerra de los browsers hace 15 años. Lo que se desarrollaba en Netscape no era igual a lo que se veía en Explorer, y ni que hablar con Opera. Mozilla ya estaba viejo, y Firefox no existía. Había que pagar el doble a diseñadores para trabajar en paralelo. Creo que con los desarrollos para aplicaciones móviles en distintos terminales ocurre lo mismo.

Las aplicaciones exitosas en la PC fija, pasan al móvil, tanto más si tienen una característica geográfica sobre la cual apalancarse. Google pasó de ser ángel a demonio en poco tiempo, y la completa cerrazón de Android es casi incuestionable. En el excelente artículo de Suzanne Ginsburg comparando ambos caminos, desde la definición hasta las honduras tecnológicas.

La conclusión de Ginsburg es bastante cruda: Phone and Android son los líderes, y aún Blackberry los sigue de lejos. Pase lo que pase, los PM y los desarrolladores se preguntarán en algún momento: tendré que hacer todo el trabajo dos veces? Todos quisiéramos que los standards evolucionaran, tanto por el usuario (dato increíble: mi Blackberry 9700 no tiene Skype o radioFM) como para simplificar los modelos de negocio. Pero la verdad es que sería ingenuo esperar a que un HTML 5 resolviera todo, y que por ahora ganan las aplicaciones nativas.

sábado, 4 de septiembre de 2010

viernes, 3 de septiembre de 2010

Tecnología, política y realidad

El problema no es que Cristina Fernandez de Kirchner tenga su cuenta de Twitter.
El real problema es que -como en tantos otros ejemplos, en Argentina y en el mundo- se sobreactúa en la representación de los actos, y no se gaste la misma energía en cambiar los hechos. A lo sumo, a los millones de publicidad oficial se suma esta propaganda; celebremos que sólo le lleva tiempo -si es realmente ella quien está a cargo, y no un asesor 2.0-.

El emperador chino de la leyenda se disfrazaba de hombre común para conocer qué ocurría en el Imperio. Por el contrario, la presidente proyecta en el ámbito 2.0 la imagen de un país próspero que poco tienen que ver con la realidad.